Vichama, un encuentro con la civilización agropesquera de Caral

Vichama (Végueta, Huaura) estuvo a punto de ser devorada por el avance urbano, pero la acción decidida de los responsables de la Zona Arqueológica Caral (ZAC), permitió preservar uno de los once sitios relacionados a la civilización más antigua de América.

El crecimiento urbano era el verdugo que cumpliría con la sentencia ordenada por la falta de memoria histórica: desaparecer de la faz de la tierra un espacio cultural de más de 136 hectáreas. Ese era el destino que le esperaba a Vichama (Végueta, Lima), cuando empezaron a erigirse las primeras construcciones modernas en la zona arqueológica.

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Ante la amenaza urbanística, los responsables de la Zona Arqueológica Caral (ZAC), Unidad Ejecutora 003 del Ministerio de Cultura, instaron a las autoridades locales a reubicar a los pobladores para que no dañen el espacio histórico. El acuerdo se concretó y, a partir de entonces, se abrió el camino para revelar los secretos milenarios del Perú antiguo.

Los estudios arqueológicos de la ZAC, dirigidos por la doctora Ruth Shady, demostrarían que los primeros pobladores de Végueta se asentaron durante el periodo Arcaico Tardío (3000 a 1800 a.C.), en la cadena de cerros Halconcillo. Ese sería el punto de partida de las construcciones piramidales de Vichama, la ciudad agropesquera que se erigió a finales de la civilización Caral, la más antigua de América.

“La sociedad de Vichama, por su ubicación, interactuó con otros asentamientos, tales como Supe (Barranca) y Santa (Áncash). Los intercambios comerciales y sociales fueron óptimos. Los productos marinos y agrícolas destacaron entre ellos”, explica el arqueólogo Aldemar Crispín, jefe de la ZAC sede Vichama.

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El investigador afirma que el apogeo agrícola se debió a uno de los hijos del dios Sol: Vichama. Los ecos de su historia mitológica se escuchan hasta hoy en los fértiles campos y en las orillas del Pacífico.

“Pachacámac celoso lo asesinó. De sus restos nacieron frutos y alimentos. La madre campesina lloró mucho y el Inti tuvo que hacer renacer a su hijo. En venganza, Pachacámac la mató. Vichama lo buscó, pero él huyó al valle de Lurín donde se sumergió al mar para siempre. La sed de venganza del semidiós fue tan grande que le pidió a su padre que convirtiera a los hombres en piedras y creara una nueva era”, detalla el agricultor Juan Cabrera, mientras vigila sus sembríos de maíz.

Los nuevos yungas que habitaron los arenales y llanos se organizaron bajo un sistema administrativo, político y social dirigido por una élite que hizo de sus construcciones un legado arqueológico.

Entre las 16 pirámides y edificaciones menores de la zona, resaltan el edificio Mayor, con una plaza circular y una secuencia de terrazas donde se encuentra el relieve de la mano con cuchillo y un salón ceremonial; Las Shicras, donde hay estatuillas humanas pintadas en barro no cocido y una huaca con representaciones pintadas del sol y de la luna; y Los Depósitos que alberga el relieve de un rostro humano pintado de rojo.

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También están los edificios de Las Ofrendas, Las Chakanas y Público Menor. Pero el monumento que atrae más miradas es Las Cornisas. Aquí existen dos plazas circulares y murales donde 24 personajes antropomorfos en alto relieve que realizan un baile ritual. Además de la imagen de un sapo con manos humanas y un rayo, símbolos que representan la conexión entre las divinidades y los pobladores de la ciudad milenaria.

Fuente: La República /Rumbos

Fecha de publicación: 29/05/2016