Las otras ciudades de Caral

Subiendo por las terrazas de un edificio piramidal de esta ciudad derruida pero en excavación que es Miraya, en el valle de Supe, Barranca, podemos ver un pedazo de muro cubierto con un material hecho de algodón. El arqueólogo Plinio Guillén, responsable de las excavaciones en este sitio, destapa cuidadosamente el área de trabajo y muestra el descubrimiento. Se trata de un friso con un altorrelieve de forma circular, espiralado, en color blanco.

El paso del tiempo ha hecho su trabajo y, por lo que se ve, no se puede saber aún de qué se trata. Pero los estudios continúan. Miraya es un asentamiento situado a escasos dos kilómetros de la Ciudad Sagrada de Caral, fue contemporánea a ella –entre 3,000 y 1,600 años antes de Cristo– y formó parte de la misma civilización. En esta zona hay dieciocho edificios piramidales distribuidos alrededor de una zona central.

En Miraya también se encontraron hace un tiempo figurillas de barro no cocido que hoy son parte de la iconografía de la civilización más antigüa de América (ver extremo izquierdo de esta página). Representaban la figura humana de manera naturalista, mostraban facciones bien definidas y tenían color. A una de ellas incluso se le conoce como la ‘sacerdotisa de Miraya’ por sus características (collar, vestido, tocado). Revelan el importante rol que en algún momento cumplió la mujer en esta sociedad.

Se ha determinado que en el valle de Supe hay 21 asentamientos similares a Caral, que fue la ciudad-capital de esa civilización, la más antigua de América. Los investigadores de la Zona Arqueológica Caral, un proyecto iniciado y liderado hasta hoy por la arqueóloga Ruth Shady, trabajan actualmente en once de esos asentamientos contemporáneos a la ciudad sagrada. Las tres ciudades más cercanas a Caral son Miraya, Lurihuasi y Chupacigarro. Allí los arqueólogos ya han puesto en valor varias construcciones piramidales. El 2015 podrán formar parte del circuito de Caral y recibir visitantes.

Cae la tarde en Miraya. Todavía quema el sol del desierto, a pesar de que sopla un viento fuerte. Tres trabajadores realizan labores en una construcción de miles de años. Han recuperado una de las escalinatas que da acceso a la parte superior de una pirámide trunca.

«Aquí, como en Caral, hay tres etapas de ocupación: temprano, medio y tardío», dice el arqueólogo Guillén, mientras recorremos una plaza circular que precede a una pirámide. Enormes monolitos de piedra flanquean la entrada. «Hasta ahora no sabemos de dónde los trajeron», dice.

Ciudad de Piedra

Un kilómetro más allá se encuentra otra ciudad de las mismas épocas: Lurihuasi. Es un asentamiento compuesto por 44 edificios monumentales y residenciales construidos con piedra. El arqueólogo del sitio, Luis Miranda, explica que cada asentamiento o ciudad del valle comparte similitudes con las demás, pero siempre mantiene características propias.

«En el caso de Lurihuasi, es una ciudad en cuyas construcciones sólo se usó piedra y argamasa. No hay adobe o caña como en otros sitios. Y muchos de sus muros también presentan las esquinas curvas a diferencia de Caral o Miraya», explica Miranda. Recientemente las excavaciones pusieron al descubierto un altar de piedra circular donde se encendía el fuego.

Hay huellas de eso. Parte de la construcción también muestra el relleno que le ponían al muro: bolsas de tejido vegetal llenas de piedras. «Son shicras. Las piedras se acomodaban por su propio peso a medida que la construcción avanzaba», dice Miranda.

Lurihuasi tiene una ubicación estratégica. Está rodeado de cerros pero muy cerca de un paso o ‘abra’ que da acceso al otro lado de los cerros, con un camino que lleva hasta el litoral en unas tres horas. El arqueólogo hizo el recorrido y encontró que el trazo aún se nota, además de que hay numerosos restos de peces, moluscos y otras especies marinas en la ruta. «Caminando por ese camino sales a la altura de Medio Mundo (kilómetro 170 de la Panamericana Norte)», comenta.

Chupacigarro, el otro lugar que puede unirse al circuito  turístico junto a las anteriores, está a un kilómetro al este de Caral y empezó a ser excavado hace muchos años. Tiene doce edificios construidos alrededor de un espacio central y viviendas en la zona periférica. En la parte sur de esta ciudad se encontraron varios geoglifos.

Todas estas urbes, ubicadas en la zona central del valle de Supe, constituyeron junto con Caral la zona capital y el eje del desarrollo en toda el área. Su influencia alcanza a todas las culturas que aparecieron posteriormente en el territorio peruano. Su impronta se nota claramente en la arquitectura e iconografía del antigüo templo de las ‘manos cruzadas’ de Kotosh, Huánuco.

Caral y su periferia

La misma ciudad sagrada de Caral –se le llama así porque la religión sirvió para aglutinar a la población– tiene una zona períférica que todavía no es parte del circuito turístico y donde en los últimos años se han realizado trabajos para ponerla en valor. «Los visitantes todavía no pueden visitar esta área. Esta es la zona D, donde hay edificios públicos que intentan imitar los de la zona central, pero son más pequeños y sencillos», explica Marco Bezares, arqueólogo  jefe de campo de Caral.

En esta parte se han recuperado varias construcciones y se ha habilitado un camino que pasa por el medio de todas ellas, al que se ha denominado ‘la calle de la integración’. A través de ella se puede acceder a la ciudad atravesando la zona periférica de la urbe y se avanza hacia la parte más importante de Caral, aquella donde se ubican las edificaciones de mayor rango monumental y que hace cinco mil años solo ocupaba la élite.

«Esta calle de la integración es la que vamos a presentar en las celebraciones por los veinte años de inicio del proyecto», explica Bezares. Un poco más lejos, en la zona X, están las zonas de vivienda de la clase baja de Caral. Actualmente los restos se ven como cuadrículas hundidas a nivel del suelo. Sólo se distingue que son construcciones antiguas por los muros de piedra que aparecen confundidos con la arena del desierto.

El proyecto Caral empezó en 1994 cuando la arqueóloga Ruth Shady mapeó los asentamientos a lo largo de todo el valle de Supe. Con el tiempo se determinó que se trataba de una civilización precerámica que se desarrolló unos 3,000 años antes de Cristo. Era la más antigua de América. Pruebas con carbono 14, realizadas en Estados Unidos, lo confirmaron.

Con el tiempo se ha avanzado en el estudio de los demás asentamientos a lo largo del valle y se ha comprometido a la población en la protección y mantenimiento del sitio. Hoy la Zona Arqueológica Caral beneficia a la población aledaña. Son los propios pobladores quienes brindan el servicio de guiado o de viandas para los visitantes. También se les ha dado capacitación en distintos talleres. El día que fuimos a visitar la ciudadela, Dino, un poblador con catorce años de guía en el lugar, nos llevó por los principales templos y nos explicó la importancia de cada uno.

El 24 de octubre los encargados del proyecto iluminarán las pirámides, realizarán un recorrido nocturno y harán un pago a la tierra. Al día siguiente habrá una celebración con música y danzas. Hace veinte años Ruth Shady desenterró la civilización más antigua de América. A juzgar por las ciudadelas que empiezan a emerger de la tierra que las cubrió por milenios, esta historia aún no termina. (La República)